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En el campo de la literatura, puede decirse que cada escritor tiene su marca personal. Los hay que sólo quieren ser conocidos por lo que escriben, se muestran reacios a las entrevistas y huyen de las apariciones públicas; y los hay que cultivan una imagen de autopromoción inseparable de sus libros. En el extremo del primer grupo estaría J. D. Salinger; y en el extremo del segundo, sin duda ninguna, Truman Capote.

La autopromoción va de la mano del trabajo

Nacido Truman Streckfus Persons, adoptó como nombre artístico el de su padrastro, un empresario de origen cubano, y se trasladó a Nueva York para hacerse un nombre en la literatura. A los 23 años publicó su primera novela, Otras Voces, Otros Ámbitos, que fue el inicio de una brillante carrera como escritor y guionista de cine, culminada con el éxito mundial de A Sangre Fría en 1966. Y durante todos esos años demostró que su talento para la autopromoción iba parejo a su talento literario.

Pocas personas podían tener menos cartas a favor que Capote para convertirse en una figura pública. Su capacidad para escribir obras que conmovían a lectores y complacían a los críticos más exigentes no se correspondía con su físico: bajito, con cabeza redonda y una voz nada favorecedora, que en ocasiones tendía a volverse aguda de forma desagradable, como cuando utilizaba su interjección “We-e-e-e-ll…”.

El perejil de todas las salsas

Alguien con tanto talento para expresarse por escrito podría haber tendido a ocultarse tras su prosa, y dejar su voz para sus amigos íntimos. Capote hizo todo lo contrario. La convirtió en una de sus señas de identidad, y para ello contaba con un arma extra: lo que decía con ella. Su ingenio, su rapidez y su malicia podían convertirle en un adversario temible en un debate, pero también en el alma de las fiestas, en una fuente de cotilleos e historias interesantes, y en un compañero encantador que sabía escuchar y contestar. Lejos de esconder su homosexualidad, acentuaba sus manierismos, y sabía adaptar su lenguaje oral y corporal para mostrarse sensible, sarcástico o agresivo, según la imagen que quisiera proyectar en cada momento. Este fragmento del show de Dick Cavett, en 1971, muestra cómo sabía proteger su personaje incluso ante la no menos afilada lengua de Groucho Marx.

 

 

No importa tu voz, sino cómo la usas

Y aún cultivó otra arma: una excelente dicción, como muestra esta lectura pública de fragmentos de su novela Desayuno en Tyffany’s, en el Y Poetry Center de Nueva York, en 1963: su voz aflautada no le supone obstáculo a la hora de variar la entonación, pasando de lo divertido a lo íntimo y trasladando cada emoción reflejada en su prosa a un público entregado.

 

Capote es el ejemplo perfecto de cómo lo que en principio podrían parecer obstáculos para el desarrollo de una marca personal terminan siendo aliados indispensables de la misma. Lo que consideramos un defecto puede convertirse en una ventaja, si sabemos utilizarlo en provecho propio.