Un oficial alemán llamado Karl Mayr se enfrenta a una decisión importante: invitar a un joven a incorporarse a un grupo de formación de comunicadores a favor de los sentimientos alemanes y evitar el riesgo del comunismo. El joven se llamaba Adolf.
Capitán Karl Mayr (Fuente: Wikipedia)

En un despacho de Munich

Primavera de 1919. El capitán Mayr miraba al joven de baja estatura que estaba sentado en su despacho. Excesivamente aliñado en algunas cosas, descuidado en lo que sería más cuidado por un militar, con el pelo moreno excesivamente largo para un soldado, gestos nerviosos, con una mirada extraña, el veterano de guerra sin estudios le había sido recomendado por varias personas.
Uno de los aspectos más interesantes era que el candidato se describía a sí mismo como «sin interés ni ideas concretas en política». Y era descrito como un hombre tímido por sus diversos supervisores. Tras ser dado de alta del hospital, había intentado colocarse como cartero del servicio imperial, pero pese a tener la formación adecuada, había suspendido el test de inteligencia. Efectos del gas recibido en la trinchera, decía el joven, que había afectado a sus nervios. ¿Merecía este joven ser formado como orador?

El gran plan de propaganda

El capitán tenía una misión complicada tras una derrota: desde el 15 de mayo de 1919 le habían pedido volver al ejército para crear y coordinar la «Oficina de Educación y Propaganda».
El oficial, un bávaro orgulloso, con una carrera meteórica desde la tropa gracias a su inteligencia, héroe de la Primera Guerra Mundial, había diseñado y ponía en marcha una innovadora operación de propaganda dentro del ejército que trataba de proteger a sus tropas derrotadas y desmoralizadas, y por tanto a Alemania, de los riesgos de los nuevos revolucionarios que ya habían empezado su trabajo tras el éxito de lanzamiento en Rusia en octubre de 1918.
En abril de 1919, apenas unas semanas antes de esta reunión, grupos comunistas habían logrado un éxito revolucionario durante unos días en Múnich y varias partes de Baviera.
Aunque a primera vista no tenía nada que ver con el resto de los participantes en el programa que ya había seleccionado, perfectos representantes de la imagen ideal de un alemán, este hombre que tenía en su despacho era un austriaco por nacimiento según su ficha, pero parecía transmitir algo que superaba su mera presencia.
Al menos estaba desesperado y dispuesto a cualquier cosa. Quizás era necesario darle una oportunidad. Era un lienzo en blanco perfecto.
El veterano, con una Cruz de Hierro que lucía orgulloso- quizás demasiado visible para el gusto del sobrio militar- parecía sentirse cómodo en el ejército, o quizás estaba desesperado como tantos otros veteranos al no tener más alternativa que el hambre. El jóven se había presentado voluntario como portavoz de los soldados de su regimiento, y de esta decisión dependía su reincorporación en el ejército -la nueva Reichswher, mezcla de ejército y policía-  o estar abocado al hambre y la miseria en un país derrotado y humillado.
Aunque en principio su idea era reclutar y formar en Múnich a este joven cabo como informante de posibles actividades bolcheviques entre la tropa, sin embargo anotó su nombre el último en la lista para incorporarse a los cursos de oratoria y propaganda que él mismo iba a impartir en Reichswehrlager Lechfeld, cerca de Augsburgo.

Aprendiendo a comunicar: el verano de la propaganda

Tras unas primeras sesiones de «pensamiento nacional» Mayr pensaba impartir un curso de oratoria y propaganda a un grupo de elegidos. Con sus discursos bien aprendidos y ensayados, ya de vuelta a su unidades – o a los clubs y reuniones subversivas a las que asistían- dotarían de una cierta fortaleza moral a las tropas que trataban de digerir la amarga derrota, evitando así que entraran en los numerosos grupos revolucionarios que aparecían como setas por todo el antiguo imperio austrohúngaro.
El 5 de junio de 1919 empezaron en la Universidad de Múnich los cursos de contenido más político. Y ya durante uno de los debates finales del curso el tímido jóven se convirtió en protagonista al mantener un acalorado intercambio. Varios de los presentes advirtieron a Mayr de la intensidad del joven soldado al defender sus posturas ante personas de mayor formación y experiencia.
Los cursos incluían no sólo contenidos nacionalistas, sino también instrucción para construir discursos y ser capaces de convencer a los otros. Desde aprender el discurso común que el propio Myer había redactado, hasta el valor para levantarse en una sala y empezar a hablar. Los asistentes eran entrenados para superar el miedo a hablar en público y las técnicas para convencer a pequeñas audiencias con discursos muy preparados y emocionantes.
Durante los cursos, mientras que todos los alumnos intentaban aprender a dar grandes discursos en salas llenas, o al menos intentarlo en incesantes prácticas, el capitán observó que aquel joven cabo de origen austriaco prefería realizar pequeños contactos con grupos más reducidos, a los que quería convencer casi susurrando y con complicidades. Un método que contrastaba con el de sus compañeros que trataban de gritar a salas que se volvían hostiles.
El resto del tiempo el cabo no se relacionaba con sus compañeros e incluso tuvieron que darle una habitación separada en un sótano ante las quejas de sus compañeros propagandistas. Era raro y sus costumbres higiénicas «cuestionables».

Encontrando su público y su discurso

Pero en público, y con las nuevas técnicas que aprendía, aquel joven tenía la capacidad de convencer al menos a grupos reducidos.
Por eso se le encargó no solo empezar con discursos motivadores anti-bolcheviques en los barracones a sus compañeros, sino que Myer pensó que el joven y su aspecto algo débil sería también perfecto para servir de informador.
Mayr le indicó que sería interesante que empezara a asistir a reuniones de los grupos políticos emergentes. El capitán le dijo que sería bueno para aprender de sus técnicas, pero en realidad lo que quería era que le informara sobre sus movimientos. De cada reunión, de cada pequeña charla, incluso de las más revolucionarias y que tanto preocupaban a su jefe, volvía con notas e ideas. Y las aplicaba disciplinadamente a sus propios discursos paso a paso, pero en pequeñas capas como de cebolla. Con cada nueva capa estaba construyendo una capacidad oratoria cada vez mayor. El que había sido un tímido cabo, empezaba a destacar como un orador que había logrado captar la atención de unos pocos primero, y progresivamente de más gente. Al principio sólo hablaba con dos o tres personas, y con el tiempo logró dirigirse y emocionar a los asistentes a una cervecería. En ocasiones, incluso, en reuniones a las que había acudido para espiar.

«Sé hablar»

Cuando acabó los nuevos cursos, ahora sobre propaganda, fue nombrado oficial instructor, algo impensable teniendo en cuenta que ni siquiera era oficial. Aquello era un éxito para el joven cabo que empezó a dar más discursos en salas más grandes y más llenas de gente que escuchaban a un orador que se mostraba más seguro. Y cada vez con mayores emociones y aplausos. Más tarde fue enviado a una misión muy difícil a hablar ante cientos de soldados de un regimiento, al borde del alzamiento, y a la vuelta escribiría en su diario «lo que solo era un sentimiento es una realidad. Sé hablar». Había triunfado ante su primer gran grupo. De hecho, el dinero de la operación secreta empezó a ayudar a la emergente figura del pequeño orador.
Mientras tanto otros daban discursos en salas con carteles llenos de «prohibido hablar» o «prohibido fumar». El joven ideó con ayuda de Mayr unas charlas en las que se animaba a la concurrencia con cigarros, salchichas, pretzels e incluso cerveza gratis. Una concertina animaba la espera con música patriótica como era el tema, pero alegre.
En ese estado de ánimo, para cuando el agente especial tomaba la palabra y les decía «compañeros trabajadores, Alemania, despierta» se alzaban alegres y animados. Sea por patriotismo o por la cerveza, estas sesiones empezaron a ser las más populares y exitosas. El experimento de comunicación estaba funcionando. De la idea original de ir a vigilar camuflados, estaban logrando controlar grupos de forma muy eficaz gracias a una nueva forma de comunicar.

De espías a líderes

El capitán Myer sería su mentor durante un tiempo. Pero en un informe -del otoño de 1919, solo unos meses desde aquella reunión del despacho- sobre el movimiento antimarxista, anti capitalista y antisionista DAP, el joven le decía que había llegado el momento de dar el salto y que el ya Mayor se «debería incorporar a este grupo o club: estas son las ideas de los soldados de primera línea».
Un tiempo después, ya como responsable de otras labores de inteligencia, e incluso tras abandonar el ejército, seguiría el consejo y se involucraría enormemente en ese proyecto político. Aunque luego se haría crítico e incluso lo abandonaría para combatirlo desde otras filas. La rivalidad y enfrentamiento con su antiguo agente y alumno subiría de tono en público casi en paralelo al ascenso político de sus actividades. Incluso dando charlas y discursos sobre su antiguo subordinado contando ridículas anécdotas de aquella época.
El 1941, ya en plena guerra, se publicó en la revista Current Magazine un artículo anónimo titulado ‘I was Hitler’s boss’. Con los años se averiguó que ese texto había sido escrito por el capitán Myer.

Huida y un acto final

En 1933 huiría de Alemania y se refugiaría en Francia tras sus enfrentamientos con su antiguo protegido. Sin embargo, cuando sucedió lo impensable y Francia fue ocupada por los nazis, Myer fue localizado por la Gestapo en Paris e internado en Buchenwald, el terrible campo de concentración.
En una visita de altos oficiales de la Wehrmacht, se produjo una situación curiosa:cuando varios generales y oficiales de alto rango que habían vivido aquellos cursos del verano de la propaganda, instintivamente hicieron sonar sus tacones al ponerse firmes ante su antiguo jefe.
En ese campo moriría Karl Mayr unas semanas después, probablemente recordando cada día aquella reunión de primavera de 1919 en su despacho y la decisión de construir un propagandista a partir de aquel cabo flacucho.
El capitán recordaría cada minuto de aquel verano de la comunicación y la propaganda al que invitó al austriaco desesperado y raro. Su nombre era Adolf, y el apellido que apuntó en último lugar para aquellos cursos de oratoria era «Hitler».
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Víctor Sánchez del Real
Creador de Elocuent. Llevo décadas ayudando en comunicación y marca a personas, emprendedores y PYMES (a las grandes cojo el teléfono solo si son simpáticas). Durante dos legislaturas fui Diputado en el Congreso. Si quieres convertirte en un gran comunicador navega ahora mismo por Elocuent o escucha nuestro podcast. Comunicador(Prensa, Radio y TV), profesional de la Publicidad y 20 años en Consultoría de Comunicación y Reputación, fundando y liderando el que ha sido uno de los mayores grupos españoles(ImageGroup). Me han escuchado (a veces hasta hecho caso) grandes marcas y directivos - Nokia, Motorola, Telefónica, Cisco, Warner, ICEX,Diageo, BBVA, L'Oreal, BlackBerry, Imaginarium, Ferrari, Acciona,... - también políticos, emprendedores, empresarios y personalidades públicas. A todos les conoces, en parte por mi culpa. Si no les conoces, también es culpa mía. Experiencia en escuelas de negocio -IESE, ICADE, IE, ENME,Escuela Europea de Negocios,Master Real Madrid, IIR, ADEN... - Universidades como IE University, Complutense.